Que puedo yo inferir sobre este mundo que
converge en la caótica confusión, de mil pensamientos unísonos que se unen y se entrelazan mezclándose, para
después confundirse en este sopesar cotidiano, distante de toda abstracción,
más que la de esta... vivencia incolme de bendiciones y avaricias, que tan solo
nos deja el estadio de sabernos
existentes y sumergidos en un mar de contradicciones verdaderamente aparentes,
como aquellas película de ficción que
resultarían ser ha primera vista tan
real... sumamente verdadera para la conciencia
como la verdad en sí misma; que
nos siega y nos dilata como hierro apenas fundido y sin colar, ¿falsedad o pura
quimera imaginaria e utopía, sumergida en una
realidad primera... en una realidad de segunda mano? y de
la cual, ni el mejor pintor la ha logrado plasmarla en su totalidad en alguno de sus lienzos, lo
cierto es que la realidad con su
plenitud que la caracteriza se le escapa de entre las manos por su efecto de contradicción
previamente aparente, pero esto es la
vida del acontece circundante... aquí
el tiempo transita en las
manecillas del reloj universal del
momento, del aquí y del ahora, del instante y en donde mis pensamiento le
intenta robar un minuto, o tan solo un
segundo ha esta realidad caótica, que se
hace presente en las puertas de este caluroso y aparatoso centro comercial, que gira y se mezcla entre
los conteos de las existencias inexistentes mientras oscilan suavemente con
su vay ven comercialista, poco cauteloso
y falto de todo disimulo moral entre los cambios de precios y las ofertas que
tan solo son ganchos ilusorios y
quiméricos de un mejor aquí, mientras aquellas vitrinas de cristal bien
pulimentados por tanta limpieza y por tanta ansiedad de compra y venta,
esconden el deseo de arrastrarnos
y absorbernos con su mana de encantamiento seductor, con su brillante
color flourecente que nos precede el
deseo de vernos aquí, envueltos en papel celofán y colapsados por los moños de
listón celo seda que nos cobijan, como hermosos regalos.
Seducción que se denota desde la entrada, en la gala, en el lujo y en la
comodidad de obtención del ¿por qué yo no de posesión? Esta seductora
idealización de nuestra mente, es la que
nos hace presas, invitándonos ha comprar cuanta baratija caiga en nuestras
manos, pero la seductora imagen que tenemos de un centro comercial no va sola,
no desemboca en el deseo puro de visión, sino va más allá de la anticipación
misma de obtención, ya que es esta atracción fatal la que nos dejan aquellas imágenes que sé muestras en la conciencia de la reflexión... estas miles de imágenes que se aglomeran y se
aglutinan en cada una de nuestras neurona,
pues fueron puestas aquí con cautela
por la televisión, que con su hechizo ficticio engaño a nuestras
sensaciones, para que no vean, para que no escuchen, para que no huelan, para
que no sientan, y solo nos dejemos lleven
por lo inverosímil de lo visto y
apenas conocido, pues en este centro
comercial somos presas de este mundo
de baratijas seductoras, que logran atrapar al visionario y al profeta en el calvario, y
en donde el filosofó solo observa y calladamente deduce, pues necesita tanto de
estas imágenes, como la imagen misma necesita de sus antenas parabólicas, para poder ser
transmitida a todo este mundo llamado tierra, que se ilumina y se apaga con el
reflejo “ creador” de la imagen del telemarketin y el retín de la tele
audiencia que grita gol, o que solo sufre aquello que sucumbe en las novelas.
Mientras tanto, las imágenes penetran en
nuestra conciencia, las luces flourecentes nos relampaguean en las pupilas de
los ojos que disimuladamente contemplan todos los aparadores repletos de
montones de cajitas blancas, plateadas, doradas, de colores aparatosos, de
molduras sin iguales, de formas inauditas, y que mandan miles de mensajes ha nuestra conciencia del ego, del yo y del
súper- yo, quienes destapa nuestro inconsciente imponiéndonos
aquellos viejos comerciales de coca cola, de marcas de cigarrillos, de alcohol o simplemente de
aparatos domésticos y revistas de primer impacto, que nos llama la atención con
su dulce color amarillista y sus notar rojas que nos inducen el corazón y
sosiegan por un instante la locura de nuestra razón que jira, entre la verdad y
la falsedad...
LA ENTRADA A
LA FIESTA QUIMERICA DEL MUNDO DE LA APARIENCIA
Lo cierto, es que entrar a un centro
comercial resultaría ser toda una fiesta de luz y color, de música y sonidos
que se mezclan con su crac... crac, con su dulce olor a nuevo y a novedoso como
si la novedad estuviera aquí realmente, en las puertas del pop y la moda, del
lujo y la mediocridad que resultarían a primera vista verdaderamente jugosas o
apetecibles, versátilmente inductoras de
toda nuestra ciencia, mientras nos preguntamos, ¿realmente será bueno este producto que
acabo de adquirir? Para luego inferir “ espero que funcione como en el
comercial... y pueda bajar estos kilitos de más que tengo” pero nuestro
consuelo se aletarga cuando ponemos nuestra empobrecida fe, en esos
comercialillos cucos de segunda mano, que le cortan aquí, le editan allá, y le
aplican más allá, para que peguen fuerte
en la audiencia televisiva, pues al fin y al cabo, nuestro consumo paga sus
impuestos, sus cuotas de venta y ha sus
pobres trabajadores, que tienen que repetir una y mil veces frases como la
siguiente: “ si en verdad... este
producto para las várices es realmente bueno, fíjese que una tía mía lo esta
usando y dice que es eficaz” pero aquí
yo me pregunto ¿el consumidor no se quiere dar cuenta, o no se da cuenta? que el trabajo de este empleado que vive en
la miseria al igual que él, es... vender.
Esta reafirmación contradictoria del vendedor al cliente, logra
que el comercial adquiere vida propia, y
nos potencia a nosotros como consumidores a seguir creyendo en esto producto
que acabamos de comprar y que es maravilloso... sin pensarlo dos veces para
leer las instrucción del producto y deducir por propia cuenta si aquel producto
es bueno o no, el cliente saca el dinero
de su bolsillo paga y se va con la
certeza de que en verdad sirve aquel producto que compro, esta mentira piadaza
resultaría ser más fuerte y verosímil por la fe que pone el comprante, que por
los resultados reales del producto que acaba de consumir.
A esto yo infiero ¿ qué tan verdadera es la
verdad, cuando cabe la posibilidad de la duda? Pese y ha sabiendas de que nos
están timando, nos dejamos llevar por las palabras inocentes de aquel vendedor
no tan inocente, que lo único que hace es hacer bien su trabajo, pues le pagan
50 centavos o un peso más en su quincena, por cada producto de segunda o
tercera calidad que venda, promovido ojo de antemano por la televisión, el
radio o cualquier medio de difusión masiva... ruin... tal vez así sea, pero
este hombre o aquella pobre mujer también comen, también viven en este mundo
lleno de contradicciones aparentes y materialistas, y en donde la sociedad
parece que se mide por cuantos productos de marca tengamos en casa, o que ropa,
calcetines, cremas, etc de marca usemos... pareciera que nuestra sociedad
moderna mide el estatus social por la demanda de consumo, más que por la
calidad de vida social.
Pero que sucede con la demanda, 5 días después regresa el cliente de nueva cuenta a la tienda, para
reclamarle al vendedor que su producto maravilloso en vez de hacerle perder
peso gano 6 kilos más, pero ¡OH! Sorpresa
aquel vendedor amable del domingo pasado ya no trabaja más en aquel
centro comercial, pues fue despedido dos días antes por haberle dicho la verdad
a un cliente o simplemente, ya no trabaja allí, por el sueldo tan miserable que
le pagaban, y es aquí cuando pensaríamos que este es en verdad
el mundo materia en donde vivimos, y
en donde cosas como la verdad... no existen, más que para el bien
personal, es lógico pensar que si no se
gana en esta lucha mercantil, entonces se pierde... y ni al centro comercial, y
mucho menos a los empleados que trabajan
aquí, les interesas tú como persona, sino simplemente ven en ti, - los
trabajadores su quincena, y el centro comercial sus ganancias- pero volvamos de nueva cuenta con este estatus consumista, el
cliente al ver que su demanda no dio resultado manda a llamar al gerente, quien
en pasiva furia trata de tranquilizar al
desanimado consumidor ofreciéndole cualquier otro de sus productos, el cliente
al verse halagado por el gerente, sede ante la compra inminente de otro nuevo
producto para lo mismo pagando más que por el anterior, o simplemente decide
llevarse cualquier otra cucheria que ni para el caso.
Esto no es un
cuento de nunca acabar, pues tan siquiera los cuentos acaba, pensando
lógicamente deduciríamos que el cliente ya no va volver a caer en el truco,
pero que pasa, que dos días después sale
en la televisión otro producto maravilloso que cura todo, cura desde el
moquillo para el perro hasta las estrías, y que descubrimos, pensaríamos que la
gente que fue timada por aquel producto de la
semana pasada, que salió en la televisión (por cierto) ya se dio cuenta
de que este producto no era tan bueno, y pensaríamos que la tele audiencia
no va ha
volver a creer en este otro nuevo producto llamado X, pero no, esto no
pasa, pues al siguiente día o en cuento tienes oportunidad de ir al centro
comercial, vas por aquel nuevo producto que esta de moda y que quita todo hasta
mezquinos, y vuelves a caer en el truco del mercadeo, del comercialismo y de
las imágenes, que hacen presa tu subjetividad y te vuelven objeto de consumo a
ti mismo.
CONTINUARA….
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